LAS HERIDAS ABIERTAS DE LA DEMOCRACIA ESPAÑOLA
Leo el artículo del Balcei número 222 (noviembre de 2025) dedicado a los tres beatos de Alcorisa (comarca del Bajo Aragón, tierra colectivizada desde agosto de 1936 al 11 de agosto de 1937, cuando las tropas del agente soviético Enrique Líster –las mejor armadas de la República- restituyeron la propiedad privada) y siento la necesidad de contextualizar y completar la visión que se ofrece desde el punto de vista cristiano.
Más allá del hecho religioso existe la espiritualidad humana. Muchos
agnósticos, ateos o materialistas tenemos sentimientos e ideas trascendentes, nos sentimos parte de una comunidad que recuerda y respeta a sus antepasados y que, desde los inicios de la historia, busca la verdad y la justicia desde la razón y el rechazo a la servidumbre.
Para entender en toda su complejidad la muerte de los tres religiosos de Alcorisa hemos de tener presente el papel que jugó la Iglesia mucho antes de que estallara la guerra civil. En el siglo XIX las condiciones de vida de obreros y campesinos eran muy precarias, la esperanza media de vida de las clases populares no sobrepasaba los 40 años. En las fábricas los horarios eran extenuantes y los salarios no permitían unas mínimas condiciones vitales.
Para sobrevivir se dependía de la caridad cristiana y para conseguirla se debía asistir obligatoriamente a los oficios religiosos dominicales y otros actos de fe. El diezmo continuaba vigente en el campo. La Iglesia también tenía el monopolio de la educación, a la cual pocos obreros y campesinos podían acceder. Todo esto suponía para el pueblo un conjunto de prácticas cotidianas humillantes que buscaban mantener a toda costa el prestigio y el control social
que ejercía la Iglesia, su monopolio de la cultura, la ciencia y la educación. El esfuerzo auto organizativo del movimiento obrero, heredero del racionalismo de la Ilustración del siglo XVIII, cuestionó un tipo de formación que tenía la religión como centro. El fusilamiento de Ferrer i Guàrdia, símbolo de laicismo y racionalismo en la educación, supuso un punto de no retorno. Ya hacía siglos
que la Iglesia se alineaba con el poder establecido y se esforzaba por ser la única depositaria de la ciencia y la cultura, al mismo tiempo que acumulaba inmensas riquezas.
Nadie afirma o discute que los tres religiosos ejecutados se merecieran ese destino, como tampoco se lo merecieron los miles de personas con los que se ensañó la represión de los vencedores. Con el final de la guerra se practicó una política de escarmiento, la impunidad se convirtió en ley y se sembró el terror entre los supervivientes y sus descendientes. A los vencedores no les interesó
una conciliación, aunque se hizo la guerra en nombre de Dios, no se practicó el perdón y la compasión cristiana sino que se profundizó en una ruptura cuyas consecuencias todavía perduran.

Persiste la anomalía democrática de ser el segundo país del mundo, después de la barbarie cometida en Camboya por los jemeres rojos, que aún tiene pendiente recuperar y dignificar los restos de más de cien mil desaparecidos.
Persiste el intento de imponer la amnesia sobre el pasado reciente; para una parte muy importante del país son muy dolorosos los esfuerzos de gobiernos como el de Aragón por desmantelar las leyes de memoria democrática.
Persiste la impunidad blindada por la ley de amnistía de 1977 que supone unaley de punto final por la que no se pueden juzgar en España los crímenes contra la humanidad cometidos por los vencedores de la guerra. E impunemente se acusa de “guerracivilistas” a quienes buscamos la reparación
y las garantías de no repetición.
Persiste un poder judicial y un poder policial que nunca fueron depurados ni cuestionados. Un poder judicial que hoy en día impide aplicar leyes aprobadas por el poder legislativo o condena sin pruebas objetivas. Este poder junto a la derecha, la extrema derecha y los medios de comunicación afines están preparando el terreno para un golpe de “estado blando” vía elecciones democráticas, tal y como han llegado al poder Erdogan, Trump, Milei y otros que están transformando las democracias liberales en democracias autoritarias.
Persiste una Iglesia, que a pesar de las declaraciones constitucionales de España entendida como un estado laico, no deja de inmiscuirse en la vida pública, se prepara para legitimar, una vez más, una posible involución y favorece los intereses de los privilegiados mientras esconde sus delitos de pederastia.
Persiste, pues, una democracia de baja calidad, como muestra el lamentable escrito del concejal de deportes, aparecido en este mismo número del Balcei.
Y continúa aún el nombre de “Parque Mosén Domingo Buj” al parque que conocemos popularmente como el del minero. Incluso el sacerdote Altaba criticó su actuación vengativa e inquisitorial durante la primera postguerra, pero ahí está, perdurando más allá del olvido.
Somos los nadie, los sin nombre, los que desde el principio de la historia, mucho antes de que existiera el cristianismo, respetaban a sus muertos y luchaban por estar erguidos. De ahí que a lo largo de la historia mujeres y hombres se desvivan por dejar una servidumbre que les ha sido impuesta, por alcanzar una libertad que les ha sido usurpada, por afirmar la dignidad de no doblegarnos.
Pascual Aguilar Pérez